El despistado de Colón: Y los que nos comemos el cuento

 

¿Es que somos los latinoamericanos bobos? o como diríamos en la jerga peruana, ¿És que estamos bien caídos del palto, para andar homenajeando a un hombre despistado, que ni siquiera supo a dónde había llegado?

Quiero decir, ahí los libros de historia, que dicen bien clarito que Don Colón creyó haber llegado a las Indias. El hombre nunca supo que había llegado al gran continente nuestro. Y aunque hay historiadores que dicen que sí lo supo, pero que lo supo en su cuarto viaje, o sea ya bien tarde. Aunque yo personalmente creo que se fue a la tumba tan cabezota como vivió 😉 

Pero lo yo quisiera saber mis queridos hermanos latinoamericanos es, a merced de qué santo le vamos a celebrar su día? ¿Qué porqué descubrió America? Que yo sepa, hacía rato había gente habitando el continente. 

Ahora no te doy aquí fechas, ni te voy a aburrir con toneladas de información histórica porque para eso esta el amado wikipedia. 

Lo que yo quiero es que nos pongamos a pensar, y a analizar. ¿Es Don Colón el héroe que nos pintaron en el colegio? o ¿Es Don Colón una de las mentiras más grandes que la historia oficial nos ha vendido? 

La historia no la podemos cambiar, lo que pasó, pasó. Pero podemos aprender de ella, y podemos aprender sin odios, ni venganza. Pero para eso debemos pensar, aprender a cuestionar lo que creemos saber, para así tener nuevos conocimientos, además de nuevas y mejores perspectivas de nuestra propia realidad, aprender a discutir sin pelear, y buscar conocimiento. 

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Café: Las letras muertas

 

Cabe la casualidad que siempre que el silencio cae en mi alma, acallando la inspiración, tengo una taza de café al lado haciéndome compañía. 

En esos silencios, siento como si el mundo entero se detuviera, y solamente de mi dependiera su continuidad, como la historia que nunca acaba. Pero aún así, las letras caen al suelo, y ni el miedo a desaparecer puede recogerlas de ahí. 

Las letras caen y se niegan a levantar vuelo, como aves heridas, se quedan allí, sin vida. Y el aroma del café recién hecho consuela de alguna manera mi duelo. 

Porque no hay pena mayor que la de querer escribir, y no encontrar las palabras, o peor aún, que estas se nieguen a cooperar. Y cuando estoy pasa, decido dejarlas ser. No les ruego, ni les suplico que me perdonen por mi falta de talento. 

Las dejo a su capricho. 

Y me envuelvo en obscuridad, pero cada mañana al regresar a este mundo, antes incluso de agradecer a Dios por traerme de vuelta al mundo de los vivos, preparo una tacita de café, como si esta obscura poción tuviera la clave de todas las preguntas que ya entran por la ventana sin darme tregua. 

Bebo cada sorbo, y puedo sentir cada gota de café mezclándose con mi sangre, reencarnando mi conciencia en la persona que debería ser yo y que sin embargo nunca llega a ser. 

Y al terminar el día, las letras yacen ahí, mientras yo termino de beber las últimas gotas del bendito elixir. 

Es así que el café marca, para mí, el inicio y el fin de cada día. 

 

La soledad que me acompaña

Porque soy una mujer muy habladora, y de risa contagiosa, muchas personas piensan que me encantan las fiestas, la compañía, el tumulto y el jolgorio. Pero a decir verdad, a mí nunca me han gustado las fiestas. No me gustó nunca beber. Y aunque probé mi primer trago a los 17 años, de la mano de una orda de tías menopausicas, a las que pronto alcanzaré en edad, nunca conseguí entender el placer de beber hasta perder la conciencia. O la noción de uno mismo.

Pero la verdad, la verdad desnuda y descarada, es que a mi me encanta mi soledad. A mi soledad y a mí no nos gustan las fiestas, no nos gusta el ruido, no nos gustan los grupos grandes de personas. Ni el descontrol.

En cambio, a mi soledad y a mí nos encanta refugiarnos en el silencio de los libros, en la tristeza de Romeo, en la valentía de Arturo y en la ciega lealtad de Sancho Panza, con quien guardo un gran parecido físico.

Me gusta perderme en mi mundo, me gusta esconderme en mis castillos de nube al amanecer, cuando la distancia entre el cielo y la tierra no es más que una sombra agazapada entre las montañas.

Y así se me pasan los días, soñando y caminando por los senderos que la soledad me señala y de los cuales debo volver cada tarde. Justo a tiempo, para volver a verlo a él. Y reencontrarme con la vida.

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Una noche solitaria

Henos aquí en otra noche de luna lunera cascabelera, en donde a mi cerebro se le ocurren ideas, llama recuerdos, e inventa historias que nunca acaban de empezar pero que mueren al alba.

Y aunque quisiera dármelas de poeta torturada, yo diría más bien que es todo lo contrario. Diría que vivo en el espejismo de mis delirios, donde creo ser la heroína de mi historia, una especie de cenicienta, con melena encanecida, y armadura de plástico.

Sentada en este sofá, a merced de grillos, mosquitos y cigarras nocturnas que tienen a bien hacernos compañía, trato de tejer historias, pero las ninfas que inundas mis noches, se niegan a hablarme, y las letras caen una a una como gotas de lluvia.

Simplemente nada desea quedarse en el papel, las letras han decidido hacer una huelga y se descuelgan una a una del papel. La “h” le ha pedido perdón a la “j” y se abrazan como hermanas, la “y” y su eterna rival la “i” se van de la mano. Al menos esta parece ser una noche de reconciliación entre ellas, aunque a mí no me quieran dar ni las buenas noches.

Sólo la pequeña “o” parece mirarme con cariño, pero ha venido su mamá, la “O”, y se la lleva de la mano. Es esta, en verdad, una noche solitaria.

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Cazando historias

Caminando en medio de la ciudad, del bullicio, y de las incertidumbres de la vida misma, me pierdo, porque a mí nada de eso me importa. Lo que a mí me importa, son las personas y su ajetreo, me concentro en su ir y venir, y las observo. Trato de leer sus rostros, como quien lee cartas olvidadas.

En cada gesto trato de adivinar sus sentimientos, sus intenciones y sus miedos. Y espero a que sus miradas me hablen, y me revelen sus historias. Pero no las historias que se comparten con las amigas a la hora del té sino las historias que aparecen en medio de la noche como almas en pena reclamando justicia. Esas historias que llevan secretos malditos y que aún en sueños nos acechan.

Todos tenemos esas historias en nuestro bagaje.

Pero yo creo, que no las guardamos dentro de nosotros, porque entonces no podríamos vivir. Pienso que las echamos al universo a que se pierdan, a ver si la suerte nos acompaña y se extravíen por ahí, y encuentran a otro más desgraciado que uno para torturar.

Y ellas se van vagando por el mundo, extraviadas y solitarias, pero sabiendo bien a quien pertenecen y buscándole. No importa si habéis cambiado de dirección, de ciudad o país, porque ellas siempre sabrán como encontrarle. Aun así hayan pasado decenios, ellas sabrán reconocer a quien las abandonó, y su furia no tendrá piedad.

Esas son las historias que yo colecciono, he capturado algunas ya, y aunque pueden infringir miedo en algunos, yo las amo, porque reflejan nuestra verdadera naturaleza, no lo que aparentamos ser, sino lo que somos cuando creemos que nadie nos observa o pensamos que nunca nos cacharan las mentiras. Esas historias que nos recuerdan que aunque vivamos en un mundo superpoblado, en realidad, nos encontramos solos.

 

A veces hay que empezar de cero

Mirando  mi blog, me doy cuenta que prácticamente todos mis post son en Inglés y ¿qué tendría eso de extraño? pues nada, no tiene nada de extraño, pero lo irónico, al menos para mí, es que yo me enamoré de las letras escuchando historias en Español y Japonés, idiomas que muy poco o nada tienen que ver con el Inglés, que es por así decirlo, mi idioma adoptivo.

Y viviendo en Asia, pues siempre miro al Español con nostalgia, y amenazo con escribir algo en el idioma en el que aprendí a amar al Quijote, llorar con García y ver a la Allende como la heroína de mis sueños perdidos. Pero las ninfas que interrumpen mis sueños parecen haberse olvidado de prestarme historias en Español, o al menos inspirar algo bonito para poder entretenerle a usted amig@, que ha tenido a bien leer este humilde blog.

Y como le decía, tengo muy pocas oportunidades de usar mi idioma materno, es estas islas ancladas en el Pacífico, en donde uno o habla Japonés o habla Inglés. Aquí el bello idioma nuestro, aún no disfruta de la popularidad que se merece, y que tiene en otros lugares del mundo. Y será por esta nostalgia que me consume que vengo aquí a molestarle. Porque además, estoy convencida que sino escribo alguito en Español, muy pronto me va a dar algo.

Así que como quiero cuidar mi salud, me atrevo a escribir estas líneas un poco mareada de la emoción y el nerviosismo de escribir en mi idioma materno. Pero estoy segura, que yo no soy lo peor con lo que topará hoy, o al menos eso espero. No obstante, si usted vive en Lima, incluso a costa de su voluntad, estoy segura que se topará con los “diarios chicheros” y si usted encontrase estas líneas, aún peores que estos coloridos diarios, entonces le pido, le ruego de rodillas, que me lo haga saber. Pues entonces tendré que regresar a estudiar “mi coquito” porque a veces en la vida hay que empezar de cero.

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