What matters

Gabriel Garcia Marquez once said that “what matters in life is not what happened to you but what we remember and how we remember it, in order to retell it.”

We all have happy memories that bring smiles to our faces, those memories like clear water that the sun kisses while saying goodbye in warm afternoons. But as life is a mix of emotions, our memories are inseparable from feelings, both joyful and painful.

I think that our lives are like collages, that blend happiness with hardships. A little bit of craziness, lust, curiosity, passion, a few grudges, some forgiveness and love. But not all collages are the same, and it’s their unique mixtures are what makes us, us.

I wouldn’t ever wish pain or hardship on anybody, even to people who don’t know nor like me, but if there’s something I’ve learnt, it is that even the most painful moments have a purpose. They make us appreciate the good times, help us improve as individuals, and, as much as we might hate to suffer, those memories and experiences can be put to good use. We can transform them into something good. Even if something devastating, a life changing event has happened to us, we can still have the power to turn things around.

We may feel those agonising memories as a burden, and that’s ok. But we can still turn them into something good. Sometimes, we can even feel those memories dragging us to the edge, but we can still turn that around. We can feel they hunt us, and yet we can still turn them around.

It’s not easy. It requires hard work. We have to try hard, sometimes even harder, but if we are willing to see at least a little bit of hope every morning, we will be able to get through the day. Was this what Gabriel García Márquez meant? That it doesn’t matter what happened to you but what you do with what happened what really matters?

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Latinoamérica: La camaradería

 

Mi vida fuera de mi amada Latinoamérica me ha forzada siempre ha escribir en otros idiomas. Asi que hoy quise rendirle un merecido homenaje a mi tierra linda, a mi gente. Y sobretodo refugiarme en el cálido idioma nuestro.

La vida fuera de Latinoamérica puede ser estimulante intelectualmente y profesionalmente, pero la calidéz de la gente, es algo que no se encuentra fácilmente fuera del territorio Latinoaméricano. Se encuentra amabilidad, gente educada, gente de la que puedes aprender mucho. Pero no hay esa conexión de la que disfrutamos.

Y una de las cosas que más se extraña de la tierra bendita nuestra son los saludos, por simple que parezca, el mágico hola que se da a diestra y siniestra, es unas de las características más propias de nuestra cultura. Y por supuesto tiene algunas reglas implícitas. Ya que el “hola” siempre debe de ir acompañada de una hermosa sonrisa, porque sino no es un hola de corazón. Y si un hola no es dado de corazón entonces no es válido, o peor aún, no bien visto.

Fuera de Latinomámerica, no habrán nunca un “chino de la esquina” o un “gordo de la cuadra”. Ni escucharemos nunca el famoso “habla chato” cuando saludamos a los amigos. Todos esas saludos llenan la atmósfera de alegría y camaradería. E incluso la manera que tenemos de hablar. Sí, nosotros los latinoaméricanos tenemos una manera de hablar que puede hasta parecer ruidoso y hasta escandalosa para personas de otros culturas. Pero para nosotros el hablar con voz alta, significa alegría. El abrazar y besar al saludarnos, es una manera de dar la bienvenida a amigos, amigos que son como familia y a desconocidos que ya son amigos. 

La riqueza de la cultura Latinoaméricana empieza con un hola al dar la bienvenida. Y no sabe nunca decir adiós. Sino que se queda calada en alma de aquellos que tienen la dicha y la suerte de entender sus enigmas.

Bendita cultura Latinoaméricana.

original post: https://www.linkedin.com/pulse/latinoamérica-y-la-camarader%C3%ADa-yoneko-shiraishi-

Café: Las letras muertas

 

Cabe la casualidad que siempre que el silencio cae en mi alma, acallando la inspiración, tengo una taza de café al lado haciéndome compañía. 

En esos silencios, siento como si el mundo entero se detuviera, y solamente de mi dependiera su continuidad, como la historia que nunca acaba. Pero aún así, las letras caen al suelo, y ni el miedo a desaparecer puede recogerlas de ahí. 

Las letras caen y se niegan a levantar vuelo, como aves heridas, se quedan allí, sin vida. Y el aroma del café recién hecho consuela de alguna manera mi duelo. 

Porque no hay pena mayor que la de querer escribir, y no encontrar las palabras, o peor aún, que estas se nieguen a cooperar. Y cuando estoy pasa, decido dejarlas ser. No les ruego, ni les suplico que me perdonen por mi falta de talento. 

Las dejo a su capricho. 

Y me envuelvo en obscuridad, pero cada mañana al regresar a este mundo, antes incluso de agradecer a Dios por traerme de vuelta al mundo de los vivos, preparo una tacita de café, como si esta obscura poción tuviera la clave de todas las preguntas que ya entran por la ventana sin darme tregua. 

Bebo cada sorbo, y puedo sentir cada gota de café mezclándose con mi sangre, reencarnando mi conciencia en la persona que debería ser yo y que sin embargo nunca llega a ser. 

Y al terminar el día, las letras yacen ahí, mientras yo termino de beber las últimas gotas del bendito elixir. 

Es así que el café marca, para mí, el inicio y el fin de cada día.